El movimiento de reforma de la música religiosa en España, sobre todo en los años anteriores al motu proprio, tuvo unas coordenadas sociales derivadas del lugar y del momento. Entre los múltiples factores operantes pueden destacarse el nacionalismo musical -común a diversos países europeos-, el movimiento regeneracionista y las consecuencias musicales que tuvo la cuestión social y la actitud de la Iglesia ante ella.

De modo similar a lo ocurrido en el contexto europeo, también en España se estaba dando la búsqueda de las esencias propias de la música española. La reforma de la música religiosa es incluida de algún modo en esa búsqueda de lo auténtico, y “las mismas voces que se alzan en defensa de la música española, son las que lideran el movimiento de reforma litúrgico”1.

A esta aproximación nacionalista en el sentido cultural del término hay que añadir la orientación regeneracionista que latía con fuerza en ciertos sectores intelectuales de aquel momento. En el terreno concreto de la música sacra, se percibía como algo de singular importancia el hecho de que el mismo tipo de repertorio polifónico que era reivindicado por razones espirituales y eclesiales coincidiera con la etapa de mayor esplendor de la música española. Este repertorio estaba siendo por entonces redescubierto, estudiado e interpretado en Francia y Alemania. Tal éxito del repertorio histórico español en el corazón cultural de Europa no dejó de ser puesto en valor por los defensores de la reforma musical religiosa2.

Francisco Guerrero (1528-1599), una de las figuras emblemáticas de la edad de oro de la música española.

El tercer aspecto mencionado, el de la cuestión social, tiene relevancia para la dimensión popular del movimiento de reforma, al cual comenzaré a referirme en las líneas que siguen.

Durante los siglos anteriores al movimiento reformador y al motu proprio la participación musical de los fieles en los actos litúrgicos había quedado reducida a una expresión mínima. El canto llano y la música sacra culta llenaban por completo el espacio sonoro de las ceremonias. Como es bien sabido, entre los siglos XV y XIX se produjo el gran florecimiento de la música sacra culta, erudita. Ahora bien, tanto este repertorio como gran parte del antiguo canto llano exigían intérpretes cualificados, que se hallaban en las estructuras musicales profesionales sostenidas por el modo de organización social vigente, que tenía a la Iglesia Católica como centro de referencia intelectual, social y cultural. Todo esto entró en crisis en el siglo XIX. Ya nos hemos referido en el artículo anterior a la dureza especial que tuvo en España el proceso. Nos encontramos, por tanto, en un contexto en el que la Iglesia dispone de muy pocos músicos capacitados para componer o interpretar música sacra mínimamente elaborada o compleja.

Como también hemos apuntado más arriba, hay que contar con el movimiento intelectual cada vez más interesado en lo concreto y peculiar de cada cultura. Esto dirige el interés hacia las manifestaciones musicales de tipo tradicional y popular, incluyendo naturalmente las religiosas.

Otro aspecto relevante es la cuestión social. El sistema económico capitalista fomentado por los regímenes liberales decimonónicos tuvo como consecuencia la aparición de una clase obrera explotada por los nuevos propietarios de los medios de producción. A lo cual se añadió el problema del desarraigo, derivado del abandono del entorno rural tradicional, que contaba con ciertos sistemas de protección de carácter familiar, municipal, gremial, eclesiástico, etc.

En 1891 el papa León XIII promulgó su encíclica Rerum novarum, a partir de la cual la Iglesia desarrolló su doctrina social, denunciando el abuso de que estaba siendo objeto la clase obrera por parte de la nueva burguesía capitalista. Esta doctrina social católica promovió el asociacionismo popular, que se fue concretando en forma de círculos católicos de obreros, cajas de ahorros, cooperativas y otros medios de protección mutua de los sectores económicamente más débiles.

Orfeón Pamplonés en 1895.
Foto: Enciclopedia Auñamendi

Una consecuencia musical de este asociacionismo fue el fomento de los orfeones de obreros, que empiezan a proliferar a partir de esos años3. Estas masas corales de carácter popular tuvieron un papel relevante en el proceso de renovación de la música religiosa. Los orfeones y las formaciones corales populares en muchos casos vinieron a cubrir el hueco dejado por las antiguas capillas de música profesionales. Junto a ellos ha de citarse otro tipo de formaciones corales de carácter no muy alejado: las scholae cantorum de seminarios y otros entornos religiosos4.

Todo esto no fueron sino comienzos de la participación popular en la liturgia, entendida como la comparecencia de músicos aficionados, no remunerados, sin más cualificación que la afición y la habilidad para el canto adquirida de modo más o menos casual. El otro tipo de participación popular (más habitual hoy en día), el de las melodías sencillas pensadas para ser cantadas por todos los asistentes a las celebraciones litúrgicas, no adquirirá verdadera importancia hasta después del motu proprio de Pío X en 1903. Nos referiremos a ello más adelante.


  1. Virgili Blanquet, María Antonia: Virgili Blanquet, María Antonia: “Antecedentes y contexto ideológico de la recepción del Motu Proprio en España”, Revista de Musicología, XVII/1, 2004, p. 26.

  2. Nagore Ferrer, María: “Tradición y renovación en el movimiento de reforma de la música religiosa anterior al Motu Proprio”, Revista de Musicología, XXVII/1, 2004, pp. 226-227.

  3. Nagore Ferrer, María: “Sociedades filarmónicas y de conciertos en el Bilbao del s. XIX”, Cuadernos de Arte de la Universidad de Granada, 25, 1995, pp. 195-206. Citado por Virgili Blanquet, María Antonia: "El Canto Popular Religioso y la Reforma Litúrgica en España (1850-1915)", Aisthesis nº 47, 2010, p. 179.

  4. Virgili Blanquet, María Antonia: "El Canto Popular Religioso y la Reforma Litúrgica en España (1850-1915)", Aisthesis nº 47, 2010, p. 179.


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