Concluimos esta serie de entregas sobre la carrera de Miguel Echeveste como concertista de órgano con una aproximación al repertorio que interpretó a lo largo de su vida.

Continuando con las entradas anteriores, en este artículos trataremos de los conciertos de órgano que Miguel Echeveste ofreció en recintos diferentes a las iglesias.

Durante la Guerra Civil la actividad concertística de Echeveste pasa a estar fuertemente relacionada con las actividades del bando nacional, ofreciendo conciertos en diversas ciudades para recaudar fondos en favor de los soldados del frente o para los heridos que convalecen en los hospitales. Algunos de estos recitales fueron la ocasión de que los órganos sonaran por vez primera fuera de las acciones del culto. Toda una novedad supusieron, por ejemplo, los conciertos celebrados en la catedral de Sevilla en abril de 1937 -que Norberto Almandoz calificó como “acto inusitado en aquel sagrado recinto”2- y en la Catedral de Málaga en noviembre de ese mismo año3.

Como es lógico, la gran mayoría de conciertos interpretados por Miguel Echeveste tuvo lugar en órganos situados en iglesias. Debido a la problemática aludida en el artículo anterior hemos considerado útil organizar la observación de los mismos en función del contexto organizativo que les dio lugar.

Miguel Echeveste Arrieta (1893-1962) es considerado como uno de los más destacados organistas españoles de la primera mitad del siglo XX. En esta serie de artículos presentaremos una descripción de su carrera concertística a la luz del tratamiento recibido por parte de la prensa de su tiempo.

 En el presente artículo se lleva a cabo un estudio de la llamada Escuela de Organistas de Navarra desde su creación hasta su consolidación como enseñanza oficial de órgano en el Conservatorio “Pablo Sarasate” de Pamplona, así como del papel fundamental desempeñado al respecto por el organista Miguel Echeveste Arrieta (1893-1962). Con este fin se ha examinado principalmente la documentación conservada en el Archivo Municipal de Pamplona, en el Archivo General de Navarra y en el archivo del Conservatorio “Pablo Sarasate” de Pamplona, así como las referencias aparecidas en la prensa de la época.

Como en todas partes, también en España el siglo XIX recibe la tradición ininterrumpida del canto llano. Estas antiquísimas melodías, naturalmente, habían experimentado modificaciones con el curso del tiempo, tanto en el modo de su interpretación como en la propia materialidad de su representación gráfica en los cantorales. Esta tradición “viva” tuvo una de sus últimas manifestaciones impresas en 1868, con la publicación del Método de canto llano y figurado de Román Jimeno1.

Después de haber abordado en los artículos anteriores los aspectos generales del movimiento de restauración de la música religiosa, nos acercaremos ahora al que sin duda fue uno de sus capítulos esenciales: el deseo de restaurar el canto gregoriano conforme a los códices más antiguos conservados.

Retomando un criterio constante que se había repetido en documentos eclesiásticos de diversas épocas, el canto gregoriano volvió a ser valorado en el s. XIX como expresión musical propia y principal de la Iglesia Católica en su rito romano. Ahora bien, el modo en que tal renovada atención hacia el gregoriano se manifestó en este momento histórico fue diferente de lo que había ocurrido en etapas anteriores, como por ejemplo tras el concilio tridentino. En esta ocasión existía la protomusicología positivista del romanticismo avanzado, que mostraba una fuerte inclinación hacia el estudio del pasado.

 

 El movimiento de reforma de la música religiosa en España, sobre todo en los años anteriores al motu proprio, tuvo unas coordenadas sociales derivadas del lugar y del momento. Entre los múltiples factores operantes pueden destacarse el nacionalismo musical -común a diversos países europeos-, el movimiento regeneracionista y las consecuencias musicales que tuvo la cuestión social y la actitud de la Iglesia ante ella.